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La Piel de los días - crónicas de afectos y resistencias
Adriana Almada


Curadora y Critica del arte



Marcelo Moscheta es un artista de grandes desplazamientos. Su obra ha surgido, en muchos casos, de largas travesías, de viajes a confines como el Ártico o el desierto de Atacama, o bien del recorrido por las márgenes del río Tieté (Sao Paulo) en toda su extensión o por un tramo de la frontera entre Brasil y Uruguay.  

En Paraguay Marcelo Moscheta hizo recientemente una residencia en la comunidad Aché de Puerto Barra, Alto Paraná, a unos 400 kilómetros de Asunción*. Los Aché son originarios de la Región Oriental y están distribuidos en varios departamentos**. Hasta los años 70 del siglo pasado había grupos que vivían en la selva, sin contacto con los mestizos ni los blancos. La comunidad de Puerto Barra fue fundada en 1976 con Aché que habían salido hacía poco del monte  y recibió con el tiempo a algunos de los que sobrevivieron a las condiciones infrahumanas de la Colonia Nacional Guayakí***. Ya había entonces fuertes denuncias, en el país y el exterior, sobre la política de exterminio a la que era sometido el pueblo Aché en distintos lugares bajo la dictadura de Stroessner. Los Aché eran sacados del monte en verdaderas “cacerías humanas” y sus hijos capturados y vendidos a familias no Aché que los utilizaban con fines de servidumbre. Luego del contacto morían en gran número, ya sea por malos tratos o por enfermedades. Estos sucesos son conocidos como “el genocidio Aché” y fueron denunciados como tal por los antropólogos Mark Münzel y Bartomeu Melià, entre otros. Pierre Clastres, antropólogo francés que vivió en la colonia entre 1962 y 1963, destacó la resiliencia y cortesía de este pueblo.

En Puerto Barra Marcelo Moscheta encontró una comunidad en transformación, que vela por un remanente de bosque atlántico sitiado por un mar de soja. Empujados por las circunstancias, en situación de frontera, los Aché -expertos cazadores y recolectores- se convirtieron en probados agricultores y criadores de animales, en un proceso de adaptación que no descuida la preservación de la memoria y la identidad cultural.

A diferencia de viajes anteriores, en los que el artista se encontraba solo ante el paisaje y se medía a sí mismo frente al espacio, esta vez la convivialidad se impuso. Se internó en el bosque y entró al río siempre acompañado por los Aché y con ellos fue al lugar donde están enterrados sus ancestros.

En esta exposición Marcelo Moscheta presenta “evidencias” de su breve estancia en Puerto Barra. Las mismas han sido adulteradas por el cambio de contexto o por la intervención que el artista ha operado en ellas. Son pruebas poéticas que dan testimonio de su paso por la comunidad. Juntas, constituyen una meditación sobre una experiencia.

En la sala ha dispuesto piedras que fueron extraídas del lecho del río Ñacunday. Estas piedras, caprichosamente moldeadas por el agua, erosionadas, son un símbolo de resistencia y flexibilidad. Moscheta las expone en estado natural sobre “pedestales” cuyas formas remiten al negocio agroexportador. Otras piedras, distintas, recogidas a orillas del río, han sido iluminadas con pan de oro y colocadas en determinada dirección, sugiriendo acaso un destino.

La práctica de trasladar elementos naturales de un lugar a otro, otorgándoles nuevos significados, no es nueva en Moscheta. La ha ejercitado en varias ocasiones, generando un tránsito que supera o elude límites, permitiendo a tales elementos expandir su energía y multiplicar sus sentidos. Aunque también podría leerse este “traslado” en clave de extracción forzada, como sucedía con los Aché.

Algunos dibujos en grafito sobre PVC reproducen hallazgos e instalan un halo como de museo de ciencias (con su intención de aprehender lo vivo, medirlo y clasificarlo). Un guiño, quizás, a los estudios que a fines del siglo XIX y comienzos del XX objetivaban el cuerpo de los Aché con la pretensión de obtener datos antropométricos.

Con una vieja cerca de alambre y madera a la que integra una veintena de puntas de flecha, Marcelo Moscheta recrea la topografía de un territorio violentamente demarcado, aludiendo a la instauración de la propiedad privada donde antes imperaba una libertad solo restringida por los ciclos de la vida.

Un párrafo especial merecen las grandes fotografías que el artista interviene con tierra colorada. Con gesto seguro interrumpe el paisaje, no para refutarlo sino para afirmarlo desde su propia consistencia, al tiempo que trae a escena un reclamo legítimo: la reivindicación del territorio ancestral del pueblo Aché. La tierra es materia viva que perturba la imagen con urgencia.

El único vídeo de la exposición retrata el momento inmóvil del encuentro con los antepasados. Esta visión atemporal -imagen en alta resolución de movimiento casi imperceptible- contrasta con las películas filmadas en súper 8 que aquí también se exhiben, realizadas por el misionero e investigador Bjarne Fostervold, quien convive con los Aché de Puerto Barra desde inicios de los años 70. Se trata de un registro documental tomado entre 1980 y 1983 que muestra escenas de vida cotidiana en la comunidad, la cacería, la pesca, los cultivos, el bosque, el río, juegos tradicionales, fiestas y rituales, así como aspectos de un mundo al que pronto los Aché deberían acostumbrarse. De gran valor etnográfico, este registro está transido de respeto.

Moscheta y Fostervold se acercan a los Aché desde su propia historia, desde tiempos y circunstancias diferentes. Por eso mismo, esta exposición es un campo de fuerzas en tensión, un escenario de temporalidades que se despliegan de forma aleatoria: un diagrama de afectos y resistencias.




*Actualmente viven allí 68 familias, totalizando unas 280 personas.

**Los Aché son una subfamilia del grupo lingüístico Tupí Guaraní y están asentados en los departamentos de Alto Paraná, Caazapá, Caaguazú y Canindeyú.

***Hasta los años 80 se usaba la denominación Guayakí, que algunos traducen como “ratas del monte” o “ratas feroces”. Esta era un nombre peyorativo. Aché, como ellos se autodenominan, significa “persona”.





texto por la exposición La piel de los días, de Marcelo Moscheta y Bjarne Fostervold en el Centro Cultural Juan de Salazar, Asunción, Paraguay en 2019.